lunes, 7 de noviembre de 2016

                        Los Elegidos




Un día en que Benjamín faltó al contraturno fue cuando se enteró de la verdad.
 Sus amigos eran unos pelotudos.
A la tarde, Benjamín acudió a clases como todas las tardes, sin tener idea de con qué se encontraría.
 En el rato libre antes de empezar la jornada estudiantil, Benjamín buscó a sus amigos para jugar, y se encontró con un escenario particular.
 Lautaro y Juan se encontraban muy emocionados con una piedra, se la pasaban mutuamente, y se notaba que cuando uno la tenía el otro esperaba su turno ansiosamente, casi con desesperación. A Benjamín le pareció extraño tanta excitación por una piedra. 

Continuó observando y vio a su amigo Andrés más atrás, con una ramita en su mano, agitándola como si fuera una espada. Se acercó a ellos y les preguntó: -¿Qué hacen? Al oír esto Lautaro y Juan emocionados le mostraron su piedra a Benjamín.
-Somos Los Elegidos. Dijo Lautaro con un brillo en sus ojos.
-¿Eh? Exclamó Benjamín sorprendido.
- La piedra mágica nos eligió. Somos Los Elegidos. Replicó Juan sonriendo. -¿La piedra qué? ¿Elegidos? No entiendo nada. Preguntó Benjamín mientras que fruncia las cejas. Andrés escuchó que hablaban de Los Elegidos y se acercó a la conversación. Juan se dispuso a explicar la situación: - Hoy en el contraturno estábamos jugando en el jardín del patio y nos encontramos con esta piedra que nos eligió. Nos dio poderes. A mi y a Lauti.
 Benjamín los miraba con total confusión. Lautaro agregó: - ¿Y te acordás del árbol grandote que está en ese jardín? Bueno, en la madera del tronco vimos como un dibujo que se formaba y que se parecía a Andy, estando en posición de pelea levantando una espada. Al instante en que Lautaro acabó de decir esto, Andrés posó con su ramita tal cual fue descripto su dibujo en el árbol. Benjamín lo miró un segundo con perplejidad.
- Andy encontró esa ramita al pie del árbol, justo debajo de su dibujo. Fue una señal, Andy también es uno de Los Elegidos. Dijo Juan orgulloso.

Una infinidad de pensamientos navegaron por la mente de Benjamín, pero solo atinó a decir: - ¿Me están jodiendo, no?
- Somos Los Elegidos, Benja. Aunque vos no lo creas. Dijo Lautaro a la defensiva. - Ahora vas a venirnos con que "los poderes" no existen, como siempre, nunca crees en nada. Agregó Juan irritado. Andrés se quedó duro escuchando la conversación. - Pero, osea, ¿es un juego, no? ¿Están jugando a que son Los Elegidos y que tienen poderes, no? Preguntó Benjamín mirando a ambos con desesperación, buscando un poco de cordura.
 - Cree lo que quieras, yo ya sé que la piedra es mágica. Dijo Juan con un aire de superioridad. 
 - ¿Como sabés?
- Tengo pruebas.
- ¿Qué pruebas?
- A la mañana perdí mi cartuchera y la piedra la encontró.
- ¿Como que "la encontró"? ¿La piedra se movió sola y la fue a buscar?
- Tiré la piedra al piso y ella me guió hasta la cartuchera.
- ¿Vos me estás diciendo que tirabas la piedra adelante tuyo y caminabas?
- Si. Y me encontró la cartuchera.
- Ah, pero vos sos un pelotudo en serio.
 Juan se puso colorado y gritó: - ¡Vos estás celoso porque no sos uno de Los Elegidos! - Vamos, con este amargo no se puede hablar. Dijo Lautaro totalmente asqueado. Andrés solo movía la cabeza hacia ambos lados con una mirada de decepción. Los tres Elegidos se fueron a la otra esquina del patio, dejando a Benjamín solo. Este se quedó de pie mirando al suelo pensando en que tal vez tendría que haberles seguido el juego, después de todo, eran niños jugando, algunos con más imaginación y otros con menos.

Después de este incidente, Benjamín se quedó sin amigos, y ante su insistencia, su madre lo cambió de división con la esperanza de que encuentre nuevas amistades. Ya en su nueva clase, Benjamín se enteró de un rumor de que unos chicos de otro grado se habían peleado en el aula por una piedra y habían dejado de ser amigos. 

Benjamín, que estaba estudiando Física, leyó una frase de Albert Einstein y sonrió: "Hay dos cosas infinitas: el Universo y la estupidez humana. Y del Universo no estoy seguro."






                                                                                           
                                                                                          Rorrus

jueves, 3 de noviembre de 2016

                                Un Sueño





Subo las escaleras que tantas veces recorrí. No estoy solo, tengo la compañía de dos amigos de toda la vida. Entro a la habitación que habito actualmente, ese lugar donde mis pensamientos fluyen como el agua de un mar, donde consumo las historias que me apasionan y la música que me hace volar.

Mi cama no está, en vez de eso hay unos almohadones con unas hermosas mujeres encima, están desnudas y parecen estar bajo el efecto de algún estupefaciente, se comportan raro, se encuentran sentadas, como danzando en una especie de trance. Sus ojos se ven relajados y suaves, no parecen haber registrado nuestra llegada.

Noto que aspiran algo de sus manos. Al hacerlo mueven la cabeza con violencia, sus ojos se cierran y su danza toma más velocidad. Estaban consumiendo cocaína. Una de las mujeres estira su mano, que tiene polvo blanco, y me la muestra como invitándome a aspirarla. Tengo curiosidad. Quiero saber cómo se siente, mi mirada brilla con entusiasmo, me acerco a la mujer, miro a mis amigos y noto que ellos decidieron quedarse a un costado, me miran con desaprobación.
          
Vuelvo mi vista hacia la chica, tomo su mano y aspiro la cocaína en ella. Siento una patada increíble en mi cerebro, mis pupilas se agrandan, tengo una euforia incontenible, soy invencible. De pronto tengo muchas ganas de tener relaciones con esta mujer, veo sus pechos desnudos y me excito. Quiero que sea mía. Mi cabeza mira hacia la ventana, que da al patio, y veo una cama con cuatro personas desnudas, dos hombres y dos mujeres. Uno de los hombres mantiene relaciones con las dos mujeres, el otro queda a un costado, en posición fetal, con la mirada perdida.

Mis ojos vuelven a la mujer de mi habitación, ella continua danzando en trance. Observo su cuerpo desnudo. Todo se vuelve nubloso, una oscuridad domina mi visión. La luz se apaga. Despierto.


                                                                                                 
                                                                                                                                                                                                Rorrus

domingo, 23 de octubre de 2016

                                 La Sonda



A lo largo de mi vida me sometí a montones de pruebas físicas. He recibido quimioterapia, radioterapia, resonancias magnéticas, tomografías, ecografías, e incontables extracciones de sangre. Me han hecho una cirugía de seis horas en la que se necesitó una transfusión, pero si hay algo que nunca jamás de los jamases quiero volver a sentir, es la sensación de tener una sonda en el pene.

Tal vez los conozcan como "catéteres de Foley" o "sondas de Foley". Estos son tubos flexibles, generalmente de látex, que en la cateterización urinaria, se pasan a través de la uretra y hacia dentro de la vejiga con el propósito de drenar la orina. Quedan retenidos por medio de un globo en la extremidad del catéter que se infla con agua estéril.

He tenido que usar uno de estos justamente por la cirugía que comenté antes, y era una cosa sumamente molesta, cada movimiento que hacia me provocaba un pinchazo en el pene que me paralizaba. Si hay algo que logra paralizar a un hombre y sentir la furia de mil demonios contra él, es la sensación de que sus genitales peligran. Y yo no soy la excepción. Así que calculaba con sumo cuidado cada movimiento que tenía que realizar. Era como caminar en un campo minado, un descuido y podía volar a la mierda.
 Intentar orinar era una tarea de puro sufrimiento, cada vez que intentaba asomar una leve gota de orina por la sonda, sentía una picadura que provocaba que me detuviera. Reunía fuerzas y probaba de nuevo, con el mismo resultado, y así una y otra vez hasta que me rendía. No podía orinar. 

 En la mañana del día siguiente que me operaron, dormí una siesta, y al despertar me encontré con que tenía una de esas clásicas erecciones matutinas.
 Durante los primeros segundos en los que mi cerebro se encontraba medio apagado no reparé en esto, pero de repente, en un instante sentí un pinchazo incomparable con los anteriores que había sentido, me paralicé completamente y mi pene volvió a su estado normal con una velocidad que me pareció casi anatómicamente imposible.
 Fue como estar viendo pornografía en Internet y encontrarse con Zulma Lobato. Nada podía levantar a ese pene después de eso. Nada.

Después de este incidente comencé a insistir en que me quiten la sonda, ya que no podía orinar y me provocaba más problemas que soluciones.
 Pero no había contado con algo. Cuando me colocaron la sonda estaba inconsciente en plena cirugía, y ahora, al momento de retirarla iba a estar totalmente consciente, y si hay un momento en el que vas a desear estar inconsciente es este.
 La enfermera llegó y se dispuso a quitarme la sonda. Me sentía como en una película de Freddy Krueger, totalmente asustado, expuesto e indefenso, sintiendo inexplicables pinchazos en la zona más vulnerable de un ser humano. Mis manos apretaban las sabanas buscando una salvación que no iba a llegar, mis dientes rechinaban con violencia, mis ojos se revoleaban hacia todos lados como un epiléptico convulsionando, y mi pene lloraba. Lloraba como no lloró nunca. 

Al rato de este sufrido episodio decidí que mis genitales debían descansar hasta que llegara la gran prueba después de esta guerra que habían soportado. Orinar. Al orinar comprobaría los daños que habrían quedado tras este desastre.
 Esta sería la primera vez de tantas en mi vida que orinaría en un papagayo estando internado. Es como una especie de botella y bidón que se usa para que el paciente no tenga que caminar hasta al baño. Así que me puse de pie después de varias horas de estar en cama, tomé el papagayo y le inserté el pene.
 Intenté relajar el cuerpo mirando hacia arriba, inhalé y exhalé aire, pero la orina no salía, se sentía como si algo estuviera trabado, todo era normal hasta el momento en que la orina debía salir. No entendía por qué, nadie me había explicado nada de eso. ¿Acaso el episodio anterior me había dañado el pene? ¿Iban a tener que hacerme una cirugía en los genitales?  Los pensamientos neuróticos comenzaron a inundar mi mente en contraste al vacío en el que el papagayo se encontraba.
 Me concentré y comencé a hacer fuerza. TENÍA que orinar. Nada. Seguía intentando. Nada. Cerré los ojos y seguí esforzándome. Hasta que sin previo aviso, el sonido de una gran flatulencia se escuchó. Pero no había salido del lugar común. Me sobresalté. Mi pene había sido el creador de ese particular ruido, y al instante la orina comenzó a brotar.
 
Sentí alivio al poder orinar pero la situación que acababa de vivir me provocaba muchas preguntas en mi mente. Más tarde me explicaron que fue producto del aire contenido por el espacio que ocupó la sonda en mi pene, así que me relajé.

Todo esto ocurrió el primer año de enfermedad, fue la primera operación que viví, antes de recibir quimioterapia y radioterapia. Así que la frase que siempre iba a repetir en toda la aventura que me esperaba vivir era: 


                                       
                                         "Nada de Sondas."







                                                        
                                                                                                Rorrus

 
   

jueves, 21 de julio de 2016

                                  Miércoles





Yo tengo una rutina todos los miércoles.
Al volver de la sesión con mi psicóloga no me tomo el colectivo y camino a casa escuchando música.
30 cuadras escuchando música.
Los días miércoles mi vida tiene banda sonora.
Es un momento totalmente mio, donde la ciudad, las calles, y los pensamientos, se reproducen de una manera distinta. Más interesante. Siento que miro diferente a las personas y que me ven diferente. Siento que camino con más firmeza y velocidad.
La música me da una adrenalina especial. 
Me siento en una película y que soy el protagonista.
Es una hermosa sensación.

La música tiene la increíble habilidad de alterar la percepción de las cosas. Las escenas más aburridas pueden volverse atractivas con la música adecuada. Logra que el tiempo pase tan rápido que ni te das cuenta. 
Si alguna vez están en una situación angustiante en la que sienten que el reloj no avanza, coloquense sus auriculares y escuchen sus canciones favoritas, las agujas van a comenzar a moverse como nunca.
Es la maldita ironía de la percepción, en cuanto comenzás a disfrutar algo, el tiempo toma sus valijas y se va, dejándote con la sensación de que nunca sucedió ese momento de goce. Pareciera que todo está hecho al revés en este universo.
O tal vez sea así para que, justamente, los momentos que tan rápido se van, sean valorados.
Siempre se aprecia más lo que dura poco.

Pero bueno, ya hablé mucho de música.
Ya conocen mi rutina de los miércoles.
Ahora quería hablar de un miércoles en particular del mes pasado. Este miércoles, como todos antes de mi sesión con la psicóloga, bajé música nueva al celular, para utilizar a mi vuelta.
Quería escuchar en especial, un tema: "Libertango" de Astor Piazzolla. Lo había escuchado por primera vez la noche anterior, y me había transmitido una energía muy intensa.
Quería probarlo fusionandolo con la caminata, la ciudad, las calles, y mis pensamientos.
Era una fusión que prometía.
Así que lo bajé a mi teléfono, agarré mis auriculares, me puse mi abrigo de corderoy, y salí a la calle, rumbo a la sesión con mi psicóloga. En la ida siempre me tomo el colectivo, para llegar puntual.
Y guardo las mejores canciones para la vuelta.
Hoy, la mejor era"Libertango", era la favorita del día, así que iba a dejarla bien para lo último. 
Ansiaba el momento de oír esa canción caminando, y probar mi película diaria con esta nueva banda sonora.

Estas cosas, son uno de los placeres íntimos que se permite una persona.
Estas cosas, son las que hace al humano, un ser libre. 
Elegir sus tiempos, sus maneras, sus acompañantes, sus soledades.
Toda esa libertad, es a base del poder de la elección.
Desde el mínimo detalle hasta la más grande decisión.
Sino tenemos ese poder de elección absoluto nunca vamos a ser verdaderamente libres.
Y yo quiero ser libre. Y creo que todos los demás también.
Por eso intento elegir en cada detalle de mi vida. Para ser libre.

La sesión con mi psicóloga se pasó rápido, al fin llegaba el momento más ansiado de mi día.
Al salir de la terapia era de noche y hacia frío, pero nada importaba, mi placer musical había comenzado.
Las cuadras quedan atrás muy velozmente, gracias a la ironía de la percepción.
De a poco, voy utilizando mis mejores canciones. Pero no "Libertango". Todavía no. Quedan calles por recorrer, no quiero desperdiciarla tan pronto. 
El momento tiene que ser perfecto.
¿Por qué? Porque no repito canciones en una caminata. La vez que la escuche, será la única en todo el recorrido.
No puede fallar, sino todo el día sería perdido.
Así que pacientemente sigo escuchando música y caminando.
Más cuadras quedan atrás. 

Voy caminando por una Avenida, en un momento llego a una esquina en la que freno. Un auto está pasando. Veo de reojo a un hombre a mi izquierda que se dispone a cruzar la calle después de mi. Pude notar que llevaba un trapo en las manos, a lo que deduje que era un trapito que se disponía a estacionar un coche. Continué caminando pero el supuesto trapito siguió avanzando detrás mio. Caminaba demasiado cerca, casi pisándome los talones. Obviamente comencé a pensar que probablemente este hombre intentaba robarme, pero no terminaba de convencerme, nunca me habían robado, y había pasado por otras situaciones en las que pensaba que iban a asaltarme pero terminaron en nada. Así que solo elevé la velocidad, y miraba disimuladamente hacia atrás para ver si lo alejaba, pero no había caso, el hombre imitaba mi paso y se mantenía bien cerca. Entonces empecé a pensar en que cuando llegara a la esquina iba a cruzar para intentar alejarlo y comprobar definitivamente si me estaba siguiendo.
Pero justo en este instante de pensamiento, el hombre se colocó adelante mio, cortándome el paso.
Dijo algo que no atiné a escuchar porque aún tenía los auriculares puestos. Al sacármelos oí la primer frase formada por este tipo: "Damé todo o te pego un tiro." La dijo con la tranquilidad de quien solo está pidiendo la hora. Se me heló el pecho. Pude notar que tenía la mano en el bolsillo como si tuviera un arma, que tal vez no tenía.
Yo me juego más por esa opción.
¿Pero cómo comprobarlo?
¿Arriesgarse a que me dispare?
Aunque quisiera mis piernas no me lo permiten.
Estaba paralizado.

Recuerdo pensar: "Esto está pasando. Lo que escuché que le pasa a tanta gente a mi alrededor y en el mundo me está pasando a mi ahora." 
Sentí como si mi cuerpo no existiera y mis ojos fueran una cámara que filmaba todo. Una película de terror. Sentí cómo no tenía control sobre nada en este momento. Sentí que no tenía elección.
Así que atiné a decir la única frase que pude pronunciar: "Dejáme sacar mi Documento por lo menos."
Ese "por lo menos" es lo peor.
Uno tiene que conformarse, aceptar la situación, que ya nada es tuyo, que ya no podés elegir, que ya no sos libre. Le pertenecés a otro. Ni siquiera sabés si vas a llegar a casa. No tenés control de nada. Ni quiero imaginar lo que deben sentir las pobres victimas de violaciones. Que toda tu aparente libertad se pierda en un segundo.

Y de repente seas un esclavo de los deseos de otro.

Primero me sacó el celular, después los auriculares, luego los 30 pesos de mi billetera (me dejó el DNI y la SUBE) no se dió cuenta de que la tenía. 
Y para finalizar dijo: "La campera."
El muy maldito me dejó sin mi abrigo de corderoy, con el frío que hacia.
Eso fue el colmo.
No había necesidad, ya se había llevado suficientes cosas. Pero la maldad no conoce de limites.
Y así, con todas mis pertenencias, se fue caminando, lo más tranquilo, casi como si hubiera sido un tramite. Gente había pasado a mi alrededor mientras me robaba, pero o no lo notaron o no quisieron notarlo.
Mi caminata continuó, con más frío, con más furia, y sin música.

Durante todo el camino pensé cuanto se asustarían mis padres al saber esto. 
Y cómo seguramente, intentarían culparme argumentando por qué volví caminando de noche con auriculares puestos.
Como si los ladrones no supieran, en pleno siglo XXI, que todo el mundo tiene celulares. 
Eso es lo que más temía, que con esta situación me limitara, ya sea por mi miedo, o el de ellos, a volver a caminar escuchando música, mi preciada rutina, mi hermoso placer íntimo.
Y así, es cómo yo y todos comenzaríamos a calcular demasiado nuestras elecciones a la hora de salir a la calle.
¿Llevar el celular?
¿Llevar mucha plata?
¿Llevar esta campera que parece de calidad?
 Y terminaríamos siendo esclavos de ellos, de los que nos hacen mal, y principalmente, del miedo.
 Nuestro peor enemigo.
Es por eso que voy a elegir.
Elijo ser libre.
Elijo volver a caminar en la calle con música.
Elijo mi hermosa rutina de miércoles.
Elijo poder oír al fin "Libertango"
Elijo ser el protagonista de mi película.
Elijo mi banda sonora.
Elijo elegir.
Elijo ser libre. 






                                                                                          Rorrus
   


      

  

martes, 28 de junio de 2016

                            Teoría del Vago






Desde tiempos inmemoriales el esfuerzo y el trabajo han sido motivo de orgullo. En cambio, el ser vago es una razón para sentir vergüenza. Hay que tratar de ocultarlo de cualquier forma.
Formas de las cuales son usadas frases como estas: "Si, estoy levantado desde las 7, no paré de laburar en todo el día, me muero de sueño" (Se levantó a las 2 de las tarde y no paró de ver Game of Thrones hasta la cena. Comió y siguió con la maratón el resto de la madrugada. Volvió a levantarse a las 2 de la tarde al siguiente día.) O también : "¿Me alcanzás el control remoto?" ( Está en la mesa ratona al lado suyo pero se encuentra acostado y tomarlo significaría hacer un leve esfuerzo abdominal, el cual no está dispuesto a ejercer y prefiere mantenerse con la TV apagada.)
Estas y muchas otras frases pueden delatar a un vago, pero yo me pregunto: ¿Realmente el ser vago es una fácil profesión?

El que elige ser trabajador cumple un horario, acata ordenes, no tiene que esforzarse en pensar por si mismo, recibe recompensa financiera, y tiene aceptación social.
Nadie le cuestiona por qué está cansado o por qué decide no concurrir a tal evento de entretenimiento.
El que elige ser vago está perdido en su horario, duerme mal, no recibe recompensa financiera, es solitario, es casi imposible que pueda seducir a una mujer sin estabilidad económica ni plan a futuro, es constantemente criticado socialmente, no merece respeto y no tiene derecho de estar cansado o triste por ningún motivo.
Sus opiniones no cuentan. Es la nada existencial.

Ahora, ¿les sigue pareciendo una cómoda decisión la alternativa de ser vago? En cuanto a cómo lo veo, ponerse en esa postura requiere una enorme determinación, buscar la solución fácil solicita una mayor cantidad de inteligencia que elegir la larga y difícil respuesta, así como Messi en dos movimientos te resuelve una jugada, el vago usa el cerebro con habilidad para encontrar la salida sencilla, en cambio, el que se decide por la respuesta larga y difícil, necesita volver hacia atrás con una excesiva cantidad de pases para lograr concretar la jugada.

Existe también la creencia de que el vago es ignorante y estúpido por naturaleza. Nada más alejado de la realidad. ¿Quién más sino la persona con exceso de tiempo libre va a poder leer infinita cantidad de libros? ¿Encontrar ilimitada información que se le presente y que pueda detenerse a consumirla? ¿Conocerse a si mismo y a otros ya que desarrolla una enorme capacidad de observación hacia la condición humana?

¿Por qué no se podría decir que los vagos son los filósofos del siglo XXI? ¿Acaso no son las personas que más se dedican a pensar?
Tal vez entre nosotros tenemos una sabiduría que no estamos apreciando por culpa de los mandatos de esta nueva sociedad. 
¿Habrá genios que no están siendo valorados sin que nos demos cuenta?

Desde ahora, quiero que pienses que cuando alguien tiene fiaca de agarrar el control remoto que tiene al lado, dudes en llamarlo vago, porque tal vez acabás de toparte con un genio.

Iba a escribir una frase más pero me agarró mucha fiaca.






                                                                                           Rorrus 

viernes, 24 de junio de 2016

                                   Crimen



Al ser desterrados del Paraíso, Adán y Eva concibieron a Caín y más tarde a Abel. Caín se dedicó a la agricultura, mientras que su hermano menor al pastoreo. Ambos hermanos presentaron sus sacrificios a Dios en sus respectivos altares, al verlos, la ofrenda elegida fue la de Abel. Dios había elegido a su favorito. Caín, lleno de celos incontrolables, cometió el primer asesinato de la historia, al matar a su hermano Abel.


Este relato me recuerda a dos hamsters que tuve hace muchos años. Carlitox y Pepe Veras. El primero fue bautizado así por un personaje del dibujo animado de Internet: Alejo y Valentina, y el segundo por otro dibujo animado: Los Padrinos Mágicos.
Carlitox era más gordo que Pepe Veras, no hacían mucho más que vivir en su jaula. De vez en cuando, Pepe Veras intentaba escapar escalando por la rueda hasta el techo de su cárcel, pero solo llegaba a asomar su patita. Y así repetía esta secuencia una y otra vez, sin éxito.

Con el tiempo, en casa nos fuimos aburriendo de estos animales, no son criaturas muy interesantes. Y tampoco podés encariñarte emocionalmente como con los perros o gatos.
Se convirtió en una rutina aburrida, darles de comer y chequear cada tanto cómo estaban.

Parecía que nunca iba a pasar más que eso con estos animalitos, hasta que un día, algo que nadie esperaba sucedió.
Pepe Veras había desaparecido. No se lo veía por ningún lado de la jaula. Solo estaba Carlitox ahí parado como si nada. ¿Cómo era posible? ¿Realmente había logrado escapar trepando por la rueda? El techo cubría la jaula con barras de metal, era físicamente imposible. No podíamos entenderlo. ¿Dónde estaba Pepe Veras?

Hasta que comenzamos a notar, Carlitox estaba muy quieto, como si ocultara algo, no era normal en él la quietud.
Nos acercamos y pudimos ver que estaba parado sobre algo, hicimos que se mueva a un lado. Si. Ahí estaba. Pepe Veras estaba muerto. Su cara tenía sangre. Había rastros de lucha. Carlitox había cometido el primer asesinato de su mundo, su pequeño mundo de barras de metal. Y no solo asesinó a Pepe Veras, lo cubrió de aserrín y se paró sobre él. Ocultaba la evidencia. Sabía que había cometido un crimen.

¿Por qué habrá pasado esto? pensé. ¿Qué conversaciones en su idioma de hamster habrán tenido para llegar a esto? ¿Habremos mostrado favoritismo hacia Pepe Veras cual Dios a Abel y provocando así los celos de Carlitox que desembocaron en asesinato? Nunca lo sabremos. Pero ahora sé que no debo juzgar a ninguna criatura de aburrida.

Porque hasta en un diminuto mundo, el quinto mandamiento puede ser roto. Hasta en dos pequeños hamsters podés encontrar una historia de crimen. Solo tenés que mirar. 



                                                                                        
                                                                                          Rorrus
  

jueves, 23 de junio de 2016

                    19 de Diciembre de 2013





La última quimioterapia a la que me sometí fue el día 19 de Diciembre de 2013.
Fue un día especial. Ya hace muchos años que venía viviendo las experiencias de recibir químicos potentes para conservar la salud. Ya adelgacé. Ya vomité. Ya me quedé sin un pelo en todo mi cuerpo. Ya lloré. Pero este último año en particular viví todo el tratamiento con una energía firme y luchadora, después de tantos años, este era mi territorio.

Sabía como me iba a sentir, sabía cuanto iba a doler el pinchazo, sabía cuanto faltaba para volver a casa, sabía qué hacer para distraerme. El humano como con todas las experiencias, encuentra como adaptarse.

Es difícil describir como se siente recibir quimioterapia, solo el que lo vive lo puede saber, pero voy a intentarlo.
Imagínense la peor borrachera que hayan tenido en su vida, y multiplíquenla por mil. En la borrachera, uno tiene la ventaja de que está adormilado, perdido, tiene momentos de inconsciencia y momentos de despertares, pero bajo los efectos de la quimioterapia, uno está en plena consciencia.
Todo ese sufrimiento, toda esa nausea constante, toda esa sensación de debilidad física, en el que cada movimiento es un castigo, se percibe completa y totalmente en tu mente. No hay escapatoria. Para colmo, tu olfato pareciera convertirse en el de un sabueso, y sentís los perfumes, los olores de la comida, de las medicaciones, con una claridad nunca antes sentida, y por supuesto, te dan más nauseas.

Ahora, no solo es físico el sufrimiento de una quimioterapia.
Los desgastes del cuerpo se van haciendo cada vez más evidentes, no solo se revoluciona por dentro, sino también por fuera. Adelgazas como nunca antes adelgazaste, y si ya eras delgado antes de todo esto, ahora vas a ser un esqueleto, símbolo perfecto de como te sentís. Pero esto no es lo peor. Cuando perdés todo tu pelo, ya no sos quien eras, te convertís en tu enfermedad, así te definen con las miradas, y así terminás definiéndote. Uno ya sabía que el cabello iba a caer, pero increíblemente hasta que no te pasa, no acabas de saberte enfermo. Es el último golpe de realidad, en cada espejo, en cada ventana de auto, en cada mirada ajena, es como si el cáncer te tomara de la cabeza y te dijera: "Ahora sos esto, acéptalo."
Y no querés aceptarlo. Y llorás. Pero la realidad no cambia llorando. Así que te levantás y vas a recibir tu quimioterapia.
Aunque te sientas destruido, sin energías, sin animo, siendo casi un anciano, porque querés vivir.

Y el 19 de Diciembre de 2013 en particular, tenía ganas de vivir.
Era la última quimioterapia que recibía antes de hacerme los estudios correspondientes, después de todo un año de tratamiento. Así que la recibí con buen humor, volví a casa y no sentí las clásicas nauseas, pude comer sin devolver nada, miré una película: "It´s kind a funny story" que me hizo sentir una linda energía, de que lo mejor está por venir.
Más tarde, escuché repetidas veces una canción que nunca sentí con tanta felicidad y adrenalina como ese día: "You get what you give" de los New Radicals. Sentía que el mundo era mio. Que ya nada podía lastimarme. Que iba a lograr cualquier cosa que me propusiera. Es una carta mágica esta de sufrir hasta casi ser nada, carta que los simples civiles no comprenden.
La inconfundible sensación de ferocidad. Nada puede destruirte después de esto.

Con el ferviente optimismo que me corría por las venas me puse a hacer un simple dibujo de mi (cosa que nunca hacía porque la quimioterapia me cansaba demasiado hasta para sentarme a dibujar) en el que escribí la frase: "Jueves 19 de Diciembre de 2013: ¿Última quimioterapia de mi vida? No lo sé. Pero voy a ser FELIZ."

Hasta ahora fue la última. Estoy hace 3 años libre de enfermedad. Pero jamás volví a tener la claridad y optimismo que tuve el 19 de Diciembre de 2013.


                                                                                      

                                                                                         
                                                                                        Rorrus
 
    

martes, 21 de junio de 2016

                      Mi Equipo Nunca Gana






Mi equipo nunca gana. Todos los sábados juego con mis amigos un torneo de fútbol de ex-alumnos. Nunca ganamos. He jugado torneos en la secundaria desde el séptimo grado. Nunca ganamos. Lo más alto que hemos llegado es salir 5° en un torneo de cinco equipos. Muchos empezarían a tener vergüenza y elegirían cambiar de actividad, pero yo no.
Y eso que puedo encontrar motivos para avergonzarme de sobra. Como la vez que ganábamos 7 a 0 y terminamos empatando 7 a 7, o aquella vez que ganábamos 3 a 2 y en el minuto final un lateral rival es enviado al área donde nuestro arquero intenta despejar la pelota con un puñetazo que termina desviando el balón hacia el ángulo del propio arco. Y acá solo estoy hablando de empates. La cantidad de veces que nos han goleado, que digo goleado, que nos han violado. Nos han ultrajado y sodomizado infinitas oportunidades. Si fuéramos una mujer nuestro órgano sexual sería tan ancho como la 9 de Julio y tan profundo como la Avenida Rivadavia.

Nos han llegado a conocer como la prostituta del torneo, hacíamos debutar a los nuevos equipos con una victoria asegurada.

En un punto comenzamos a considerar si es que en realidad nos gustaba el sadomasoquismo. Era entregar dinero de nuestros propios bolsillos para ser penetrados y golpeados repetidas veces sin siquiera una caricia, un halago, un poco de amor.

La piedad no era algo que nuestros rivales utilizaran, así que cada situación en que podían insertar la pelota en nuestras redes, lo hacían, sin más.

Entonces, ¿por qué sigo jugando? Sigo jugando por todo lo que un torneo conlleva. La rutina de saber que el sábado veo a mis amigos y juego al fútbol, más allá de ganar o perder, más allá de las violaciones, es una reunión familiar, intima, donde charlamos como antes en la escuela, sin celulares, sin videojuegos, sin películas, sin tecnología de por medio. Reímos y hacemos actividad física.
Es un lugar en el que desde que empieza el primer minuto hasta el ultimo del partido, lo único que importa en todo el universo, es lo que pasa dentro de la cancha.

¿De cuantos lugares podes decir lo mismo? ¿De cuantos lugares podes conseguir esa capacidad de concentración que requiere un partido?

Cuando estás ahí, jugando, prácticamente dejás de tener conciencia de las personas que viste antes que estaban sentadas en las gradas, esas personas desaparecieron. Ya no están más. Pero la pelota si. Tus amigos si. Tus rivales si. Y nada más.

Entonces, ¿Cómo no voy a seguir eligiendo esta rutina? ¿Cómo no voy a seguir eligiendo ver a mis amigos cada sábado? ¿Cómo no voy a seguir pagando para que me sodomicen?

Mi equipo nunca gana. Y tal vez nunca lo haga. Pero yo voy a estar ahí. Siempre.


                                                                                    
                                                                                         Rorrus 

lunes, 20 de junio de 2016

                Memorias de un Paciente




¿Qué cosa es lo que más mira un paciente?


El techo.
No hay cosa que más mire un paciente en toda su trayectoria de enfermo que el techo.
En cada internación, en cada traslado de camillas, en cada operación, el paciente mira firmemente el techo, casi autista, casi idiota, intentando abstraerse de su alrededor.
Intentando recordar aquella película que le gusta, aquella canción que disfruta, como si su vida no peligrara, como si el final de la existencia no fuera una opción, el paciente piensa en qué capitulo se había quedado en su serie: "¿Era el 12 o era el 13?". Imagina lo que podría pasar en el siguiente. Inventa los posibles destinos de los personajes. Las enfermeras llegan con sus agujas, con sus sueros y con ese veneno salvador, mitad enemigo mitad héroe.
El momento del dolor está por comenzar, y el paciente piensa que si, que seguro era el capitulo 13 el que seguía por ver. El inconfundible sonido y olor a guantes de látex le advierte que la amenaza se acerca. El paciente mira con aun más firmeza el techo pensando en que si, seguramente Walter White va a lograr matar a Gustavo Fring, es el protagonista de la serie, sino no tendría sentido. Sigue mirando el techo y piensa: "¿Algo tendrá sentido?".
La aguja toca su escuálido brazo pinchando venas con muchas peleas encima, tienen una larga carrera.
Es el momento de contener la respiración y observar el techo como nunca, apretar el puño como si estuviera a punto de golpear a la persona que más odia en todo el universo.

"Ya casi estamos, ya casi estamos" dicen las enfermeras y el paciente piensa que siempre "casi está, pero nunca está", obviamente sin despegar la vista del techo.
Una mano de familia aprieta la suya para ayudar pero no le alcanza, el paciente sabe que esta no es la primera ni la ultima vez que vive esta experiencia, y ese dolor, es el peor de todos. 

La aguja ya está adentro, y ese brazo, imposibilitado por los siguientes 3 días.

El olor a látex se va desvaneciendo, la mano de familia afloja y se suelta, pero el techo, el techo siempre está ahí.


                                                                          
                                                                                      Rorrus