jueves, 21 de julio de 2016

                                  Miércoles





Yo tengo una rutina todos los miércoles.
Al volver de la sesión con mi psicóloga no me tomo el colectivo y camino a casa escuchando música.
30 cuadras escuchando música.
Los días miércoles mi vida tiene banda sonora.
Es un momento totalmente mio, donde la ciudad, las calles, y los pensamientos, se reproducen de una manera distinta. Más interesante. Siento que miro diferente a las personas y que me ven diferente. Siento que camino con más firmeza y velocidad.
La música me da una adrenalina especial. 
Me siento en una película y que soy el protagonista.
Es una hermosa sensación.

La música tiene la increíble habilidad de alterar la percepción de las cosas. Las escenas más aburridas pueden volverse atractivas con la música adecuada. Logra que el tiempo pase tan rápido que ni te das cuenta. 
Si alguna vez están en una situación angustiante en la que sienten que el reloj no avanza, coloquense sus auriculares y escuchen sus canciones favoritas, las agujas van a comenzar a moverse como nunca.
Es la maldita ironía de la percepción, en cuanto comenzás a disfrutar algo, el tiempo toma sus valijas y se va, dejándote con la sensación de que nunca sucedió ese momento de goce. Pareciera que todo está hecho al revés en este universo.
O tal vez sea así para que, justamente, los momentos que tan rápido se van, sean valorados.
Siempre se aprecia más lo que dura poco.

Pero bueno, ya hablé mucho de música.
Ya conocen mi rutina de los miércoles.
Ahora quería hablar de un miércoles en particular del mes pasado. Este miércoles, como todos antes de mi sesión con la psicóloga, bajé música nueva al celular, para utilizar a mi vuelta.
Quería escuchar en especial, un tema: "Libertango" de Astor Piazzolla. Lo había escuchado por primera vez la noche anterior, y me había transmitido una energía muy intensa.
Quería probarlo fusionandolo con la caminata, la ciudad, las calles, y mis pensamientos.
Era una fusión que prometía.
Así que lo bajé a mi teléfono, agarré mis auriculares, me puse mi abrigo de corderoy, y salí a la calle, rumbo a la sesión con mi psicóloga. En la ida siempre me tomo el colectivo, para llegar puntual.
Y guardo las mejores canciones para la vuelta.
Hoy, la mejor era"Libertango", era la favorita del día, así que iba a dejarla bien para lo último. 
Ansiaba el momento de oír esa canción caminando, y probar mi película diaria con esta nueva banda sonora.

Estas cosas, son uno de los placeres íntimos que se permite una persona.
Estas cosas, son las que hace al humano, un ser libre. 
Elegir sus tiempos, sus maneras, sus acompañantes, sus soledades.
Toda esa libertad, es a base del poder de la elección.
Desde el mínimo detalle hasta la más grande decisión.
Sino tenemos ese poder de elección absoluto nunca vamos a ser verdaderamente libres.
Y yo quiero ser libre. Y creo que todos los demás también.
Por eso intento elegir en cada detalle de mi vida. Para ser libre.

La sesión con mi psicóloga se pasó rápido, al fin llegaba el momento más ansiado de mi día.
Al salir de la terapia era de noche y hacia frío, pero nada importaba, mi placer musical había comenzado.
Las cuadras quedan atrás muy velozmente, gracias a la ironía de la percepción.
De a poco, voy utilizando mis mejores canciones. Pero no "Libertango". Todavía no. Quedan calles por recorrer, no quiero desperdiciarla tan pronto. 
El momento tiene que ser perfecto.
¿Por qué? Porque no repito canciones en una caminata. La vez que la escuche, será la única en todo el recorrido.
No puede fallar, sino todo el día sería perdido.
Así que pacientemente sigo escuchando música y caminando.
Más cuadras quedan atrás. 

Voy caminando por una Avenida, en un momento llego a una esquina en la que freno. Un auto está pasando. Veo de reojo a un hombre a mi izquierda que se dispone a cruzar la calle después de mi. Pude notar que llevaba un trapo en las manos, a lo que deduje que era un trapito que se disponía a estacionar un coche. Continué caminando pero el supuesto trapito siguió avanzando detrás mio. Caminaba demasiado cerca, casi pisándome los talones. Obviamente comencé a pensar que probablemente este hombre intentaba robarme, pero no terminaba de convencerme, nunca me habían robado, y había pasado por otras situaciones en las que pensaba que iban a asaltarme pero terminaron en nada. Así que solo elevé la velocidad, y miraba disimuladamente hacia atrás para ver si lo alejaba, pero no había caso, el hombre imitaba mi paso y se mantenía bien cerca. Entonces empecé a pensar en que cuando llegara a la esquina iba a cruzar para intentar alejarlo y comprobar definitivamente si me estaba siguiendo.
Pero justo en este instante de pensamiento, el hombre se colocó adelante mio, cortándome el paso.
Dijo algo que no atiné a escuchar porque aún tenía los auriculares puestos. Al sacármelos oí la primer frase formada por este tipo: "Damé todo o te pego un tiro." La dijo con la tranquilidad de quien solo está pidiendo la hora. Se me heló el pecho. Pude notar que tenía la mano en el bolsillo como si tuviera un arma, que tal vez no tenía.
Yo me juego más por esa opción.
¿Pero cómo comprobarlo?
¿Arriesgarse a que me dispare?
Aunque quisiera mis piernas no me lo permiten.
Estaba paralizado.

Recuerdo pensar: "Esto está pasando. Lo que escuché que le pasa a tanta gente a mi alrededor y en el mundo me está pasando a mi ahora." 
Sentí como si mi cuerpo no existiera y mis ojos fueran una cámara que filmaba todo. Una película de terror. Sentí cómo no tenía control sobre nada en este momento. Sentí que no tenía elección.
Así que atiné a decir la única frase que pude pronunciar: "Dejáme sacar mi Documento por lo menos."
Ese "por lo menos" es lo peor.
Uno tiene que conformarse, aceptar la situación, que ya nada es tuyo, que ya no podés elegir, que ya no sos libre. Le pertenecés a otro. Ni siquiera sabés si vas a llegar a casa. No tenés control de nada. Ni quiero imaginar lo que deben sentir las pobres victimas de violaciones. Que toda tu aparente libertad se pierda en un segundo.

Y de repente seas un esclavo de los deseos de otro.

Primero me sacó el celular, después los auriculares, luego los 30 pesos de mi billetera (me dejó el DNI y la SUBE) no se dió cuenta de que la tenía. 
Y para finalizar dijo: "La campera."
El muy maldito me dejó sin mi abrigo de corderoy, con el frío que hacia.
Eso fue el colmo.
No había necesidad, ya se había llevado suficientes cosas. Pero la maldad no conoce de limites.
Y así, con todas mis pertenencias, se fue caminando, lo más tranquilo, casi como si hubiera sido un tramite. Gente había pasado a mi alrededor mientras me robaba, pero o no lo notaron o no quisieron notarlo.
Mi caminata continuó, con más frío, con más furia, y sin música.

Durante todo el camino pensé cuanto se asustarían mis padres al saber esto. 
Y cómo seguramente, intentarían culparme argumentando por qué volví caminando de noche con auriculares puestos.
Como si los ladrones no supieran, en pleno siglo XXI, que todo el mundo tiene celulares. 
Eso es lo que más temía, que con esta situación me limitara, ya sea por mi miedo, o el de ellos, a volver a caminar escuchando música, mi preciada rutina, mi hermoso placer íntimo.
Y así, es cómo yo y todos comenzaríamos a calcular demasiado nuestras elecciones a la hora de salir a la calle.
¿Llevar el celular?
¿Llevar mucha plata?
¿Llevar esta campera que parece de calidad?
 Y terminaríamos siendo esclavos de ellos, de los que nos hacen mal, y principalmente, del miedo.
 Nuestro peor enemigo.
Es por eso que voy a elegir.
Elijo ser libre.
Elijo volver a caminar en la calle con música.
Elijo mi hermosa rutina de miércoles.
Elijo poder oír al fin "Libertango"
Elijo ser el protagonista de mi película.
Elijo mi banda sonora.
Elijo elegir.
Elijo ser libre. 






                                                                                          Rorrus