domingo, 23 de octubre de 2016

                                 La Sonda



A lo largo de mi vida me sometí a montones de pruebas físicas. He recibido quimioterapia, radioterapia, resonancias magnéticas, tomografías, ecografías, e incontables extracciones de sangre. Me han hecho una cirugía de seis horas en la que se necesitó una transfusión, pero si hay algo que nunca jamás de los jamases quiero volver a sentir, es la sensación de tener una sonda en el pene.

Tal vez los conozcan como "catéteres de Foley" o "sondas de Foley". Estos son tubos flexibles, generalmente de látex, que en la cateterización urinaria, se pasan a través de la uretra y hacia dentro de la vejiga con el propósito de drenar la orina. Quedan retenidos por medio de un globo en la extremidad del catéter que se infla con agua estéril.

He tenido que usar uno de estos justamente por la cirugía que comenté antes, y era una cosa sumamente molesta, cada movimiento que hacia me provocaba un pinchazo en el pene que me paralizaba. Si hay algo que logra paralizar a un hombre y sentir la furia de mil demonios contra él, es la sensación de que sus genitales peligran. Y yo no soy la excepción. Así que calculaba con sumo cuidado cada movimiento que tenía que realizar. Era como caminar en un campo minado, un descuido y podía volar a la mierda.
 Intentar orinar era una tarea de puro sufrimiento, cada vez que intentaba asomar una leve gota de orina por la sonda, sentía una picadura que provocaba que me detuviera. Reunía fuerzas y probaba de nuevo, con el mismo resultado, y así una y otra vez hasta que me rendía. No podía orinar. 

 En la mañana del día siguiente que me operaron, dormí una siesta, y al despertar me encontré con que tenía una de esas clásicas erecciones matutinas.
 Durante los primeros segundos en los que mi cerebro se encontraba medio apagado no reparé en esto, pero de repente, en un instante sentí un pinchazo incomparable con los anteriores que había sentido, me paralicé completamente y mi pene volvió a su estado normal con una velocidad que me pareció casi anatómicamente imposible.
 Fue como estar viendo pornografía en Internet y encontrarse con Zulma Lobato. Nada podía levantar a ese pene después de eso. Nada.

Después de este incidente comencé a insistir en que me quiten la sonda, ya que no podía orinar y me provocaba más problemas que soluciones.
 Pero no había contado con algo. Cuando me colocaron la sonda estaba inconsciente en plena cirugía, y ahora, al momento de retirarla iba a estar totalmente consciente, y si hay un momento en el que vas a desear estar inconsciente es este.
 La enfermera llegó y se dispuso a quitarme la sonda. Me sentía como en una película de Freddy Krueger, totalmente asustado, expuesto e indefenso, sintiendo inexplicables pinchazos en la zona más vulnerable de un ser humano. Mis manos apretaban las sabanas buscando una salvación que no iba a llegar, mis dientes rechinaban con violencia, mis ojos se revoleaban hacia todos lados como un epiléptico convulsionando, y mi pene lloraba. Lloraba como no lloró nunca. 

Al rato de este sufrido episodio decidí que mis genitales debían descansar hasta que llegara la gran prueba después de esta guerra que habían soportado. Orinar. Al orinar comprobaría los daños que habrían quedado tras este desastre.
 Esta sería la primera vez de tantas en mi vida que orinaría en un papagayo estando internado. Es como una especie de botella y bidón que se usa para que el paciente no tenga que caminar hasta al baño. Así que me puse de pie después de varias horas de estar en cama, tomé el papagayo y le inserté el pene.
 Intenté relajar el cuerpo mirando hacia arriba, inhalé y exhalé aire, pero la orina no salía, se sentía como si algo estuviera trabado, todo era normal hasta el momento en que la orina debía salir. No entendía por qué, nadie me había explicado nada de eso. ¿Acaso el episodio anterior me había dañado el pene? ¿Iban a tener que hacerme una cirugía en los genitales?  Los pensamientos neuróticos comenzaron a inundar mi mente en contraste al vacío en el que el papagayo se encontraba.
 Me concentré y comencé a hacer fuerza. TENÍA que orinar. Nada. Seguía intentando. Nada. Cerré los ojos y seguí esforzándome. Hasta que sin previo aviso, el sonido de una gran flatulencia se escuchó. Pero no había salido del lugar común. Me sobresalté. Mi pene había sido el creador de ese particular ruido, y al instante la orina comenzó a brotar.
 
Sentí alivio al poder orinar pero la situación que acababa de vivir me provocaba muchas preguntas en mi mente. Más tarde me explicaron que fue producto del aire contenido por el espacio que ocupó la sonda en mi pene, así que me relajé.

Todo esto ocurrió el primer año de enfermedad, fue la primera operación que viví, antes de recibir quimioterapia y radioterapia. Así que la frase que siempre iba a repetir en toda la aventura que me esperaba vivir era: 


                                       
                                         "Nada de Sondas."







                                                        
                                                                                                Rorrus