lunes, 30 de abril de 2018


Lo Que Importa




Estoy enamorado de tus cicatrices
Adoro la forma en que usas tu lupa para ver la existencia
Me encanta que estés hambrienta de arte
No importa si sabés que respiro
No importa si sabés qué sonrisas creas
Solo importa que encuentres lo que necesitás 
Donde sea
De la forma que sea
Con quien sea
 


                                                                                                 Rorro

jueves, 26 de abril de 2018

                    Un Guerrero Disfrazado






Cuando estás internado lo único que realmente querés es irte. 
 Así que hacés lo más parecido que encontrás a irte: Caminar por el pasillo. En uno de esos intentos de escapar de mi realidad por un rato, salí a pasear un poco con mi madre.
 La caminata consistía en salir de la habitación y llegar hasta las sillas que estaban al final del pasillo. Eran unos pocos metros pero que al estar tan débil y con todo el equipo del suero conectado parecían kilómetros.
 La principal función de esta caminata era la de intentar volver  a sentirme como una persona normal, pero rara vez daba resultado. A mis pocos 16 años de existencia me sentía como un anciano, podía ver la escena como si estuviera fuera de mi, un chico sin ningún cabello en su cabeza, delgado al extremo, con una cara apagada, triste, sin energía. Caminaba como un viejo en un geriátrico, conectado a todos esos aparatos, intentando volver a sentir la frescura de su juventud, que no aparecía.
 Al sentarme en las sillas intentaba hacerme creer que estaba ahí como cualquier persona que va a visitar a algún enfermo, que ese enfermo no era yo, y miraba todo el lugar como si hubiera ido por primera vez, sin lograrlo. Mi madre me hablaba, sin esperar mucha respuesta de mi, sabía que estaba muy cansado como para charlar con la cotidianidad que las personas charlan. Mis palabras se reservaban para pedidos necesarios. Esa es una de las cosas que más duelen cuando uno está enfermo e internado, y que en la normalidad de la vida sana uno no parece registrar en absoluto. Cuando estás en esta posición necesitás ayuda para prácticamente todo, al igual que un anciano o un bebé. Con la complicación que es levantarse a cada rato con todos los aparatos conectados, te piden que orines en un papagayo (además porque controlan las sustancias de la orina) así que tenés que estar avisando y pidiendo que te lo pasen para poder orinar. Dependés de otras personas para poder ejecutar tus necesidades más básicas, otra vez.
 Así que mis palabras se reservaban para esos pedidos básicos y necesarios, pero no es de esto de lo que quiero hablar. 
 Quiero hablar de una persona que conocí en esas sillas al fondo del pasillo, una joven persona de unos 8 u 9 años, podrían ser más, no estoy seguro, todos parecemos más diminutos al estar delgados y sin ningún pelo en la cabeza, lo que si estoy seguro es que ese niño era más joven que yo.
 Tenía muchas cosas físicas en común con ese nene, los dos estábamos completamente lampiños, eramos de baja estatura y estábamos muy delgados causa del tratamiento que llevábamos a cabo. Pero solo eso teníamos en común, las cosas físicas, en cuanto al comportamiento a este niño se lo veía enérgico, charlatán, animado, en contraste con mi absoluto silencio y mis muecas de sonrisa forzada para no mostrarme demasiado apático, aunque en mi interior la estaba pasando bien escuchando a este niño, me distraía de mi realidad más que el intento de la caminata por el pasillo, pero debido al cansancio mis reacciones eran muy limitadas.
 Mi madre era la que contestaba las preguntas del nene, e intercambiaba palabras con la madre de este, que estaba detrás, sonriente, contemplando la escena, mientras yo permanecía callado observando todo. 
 No recuerdo la mayoría de las cosas que dijo el chico, todo esto pasó en el año 2011, hace 7 años, solo recuerdo unas palabras que emitió que resonaron en mi mente todo este tiempo como para que decida escribir este relato.
 Después de contarnos, a su manera, el proceso de su tratamiento y el tiempo que llevaba practicándolo, expresó sus ansias de finalizarlo de una vez por todas y (usó estas exactas palabras) "Volver a vivir". Mis ojos se abrieron un poco más de lo que estuvieron durante toda la conversación. No podía creer que un nene de 8 años acabara de pronunciar una frase así. Tan simple y tan profunda. Su imagen tan infantil contrastaba con esas palabras tan adultas y certeras. ¿Cómo llegó este niño a utilizar estas palabras? pensé. ¿Cómo su corta existencia lo llevó a generar esa frase? Noté que al decir estas palabras suspiró, y su mirada siempre alegre y movediza hasta el momento, se volvió seria por un leve instante, un instante casi imperceptible para el ojo común, pero no para el mío. Yo entendía esa mirada. Una mirada que ocultaba una lucha muy intensa detrás. Una mirada que solo podían tener niños que fueron sometidos a una situación tan ajena a la infancia/juventud que debieron tener, y de a poco se están adaptando, gracias a sus hambrientas ganas de vivir.
 Nunca supe el nombre de este niño. Nunca supe qué fue de él. Tal vez volvió a vivir como él tanto deseaba, tal vez no. Lo único que sé es que nunca olvidé sus palabras. Quedaron en mi mente y de tanto en tanto volvieron durante todos estos años. Sabía que en algún momento dibujaría o escribiría sobre ellas y sobre este guerrero disfrazado de niño.





                                                                                          Rorro