martes, 11 de junio de 2019


¿Por Qué?




Lo peor de todo es el sin sentido.
Si uno tiene un accidente automovilístico porque un conductor ebrio lo choca, sabe que puede culpar a la irresponsabilidad de la persona que decidió manejar y consumir alcohol. Si uno es víctima de un robo puede culpar al ladrón. Si uno recibe accidentalmente un disparo de un oficial puede culpar a su mala praxis policial.
Pero, ¿a quién puede culpar una persona que descubre que padece de cáncer? (Si, sabemos que si uno fuma a la larga puede derivar en cáncer de pulmón). Pero en este caso, me refiero a un tumor embrionario, que no aparece por vicios, mala alimentación o contaminación ambiental. Uno puede desarrollarlo o no, a cualquier edad.
Imaginen que un niño de 13 años, de clase media, sin una vida particularmente estresante, que no tuvo el tiempo lógico para formarse como ser humano y no podía aún ser considerado como “buena” o “mala” persona (para así si hablamos en un término más místico podríamos referirnos al “karma” como una excusa, justificando su enfermedad como un castigo por su negativo desempeño como persona) pero no. No había una razón para que este niño sufra todo lo que iba a sufrir.
Este niño era yo.
La rutina se repetía cada dos semanas, me despertaba al mediodía, ya con una sensación de angustia y una tensión en el estómago, que nunca se iba. Muchas veces comenzaba a vomitar desde mi casa, sin haber recibido nada de quimioterapia aún, y no paraba hasta volver de la internación. Llegaba el momento en que mi padre me llevaba en el auto, junto con mi madre y mi hermano, hasta la clínica Bazterrica. Era un trayecto desde Sarandí hasta Palermo, así que teníamos poco más de una hora de viaje. Yo miraba por la ventana, las casas, los edificios, la gente conversando, los perros de la calle, todos los detalles de la ciudad.
Y deseaba con todas mis fuerzas no llegar.
Durante todo el camino con lo único que fantaseaba era que pasara algo, una manifestación, un accidente de tránsito, cualquier cosa que les haga decir a mis padres: “Bueno, hoy ya no llegamos, volveremos mañana, vamos a casa.” Y poder disfrutar de la sorpresa de la rutina alterada, para así volver a respirar con alivio al no sentir esa tensión en el estómago, aunque sea un rato.
Yo estaba consciente que la quimioterapia era justamente lo que debía hacer para curarme, para volver a tener una buena calidad de vida, para poder vivir. Pero el sufrimiento de estar internado, vomitando, sin poder dormir por días, había llegado a un punto en el que no podía soportarlo más. Estaba desesperado por una tregua. Era como un perro perdido en el mar que ya no tenía energía para seguir pataleando al intentar no ahogarse y buscaba una superficie, algo, a lo que aferrarse unos segundos, para poder descansar.
Pero siempre llegábamos a la clínica.
La rutina nunca se alteró. Subía por el ascensor, llegaba al piso de pediatría, entraba a la habitación y veía la cama que iba a ser mi hogar por los siguientes tres días, sábanas blancas, un colchón firme pero no amigable y una almohada demasiado inflada. A veces, con solo llegar a la habitación, me sentaba y me largaba a llorar, buscaba en los ojos de mis padres algún consuelo pero solo encontraba la misma tristeza e incertidumbre que había en los míos.
Por fin llegaba el momento de colocar la vía, yo lo sentía como si me estuvieran encadenando a la cama. Significaba que por los siguientes días no iba a poder moverme con libertad.
Se hacía la noche, el silencio era constantemente interrumpido por las maquinas que me administraban la medicación. El tiempo era infinito y doloroso. Mi mente sin dormir solo repetía la misma pregunta una y otra vez:
“¿Por qué?”
Pero nadie me respondía.


Rorro


viernes, 7 de junio de 2019


A Mi No



Creo que estaba en cuarto grado.

Fue una de esas charlas que iban a tomar importancia, años después, solo en mi mente.

Todavía no entendía el concepto de cáncer.

Solo era una palabra relacionada con otros, viejos, personajes de películas, todo aquel que no era yo ni mis amigos.
Estábamos en la inocencia total, nuestras preocupaciones eran que nos vaya bien en la escuela y no perdernos los dibujos animados en la tele.

No sé cómo surgió la conversación, quien sacó el tema o por qué, pero hubo un día en el que nos encontramos hablando sobre el cáncer.

Alguien mencionó que era una enfermedad posible en todos nosotros, que de alguna forma se “activaba” o no por distintas razones. Recuerdo sentir una especie de miedo al enterarme de eso. Pero, a la vez, me parecía algo tan lejano e imposible en mi vida. Yo era un nene inocente que le gustaba dibujar y ver películas. No me podía pasar nada.

A mi no.

Todo esto vino a mi mente mientras la oncóloga iba escribiendo en una hoja el plan a seguir con todas las sesiones de quimioterapia que me esperaban el resto del año.
Yo no lo podía entender, acababa de operarme, creía que con eso bastaba. Al fin me había librado de los horribles síntomas del rabdomiosarcoma, que me había llenado completamente los senos paranasales con una especie de mucosidad que me impedía respirar por la nariz, generaba un constante sabor desagradable en la garganta provocando arcadas y evitando que me alimente con normalidad, y disminuyó mi audición considerablemente.

Al salir de la operación y volver a casa después de unos días de internación, era un joven nuevo. Había recuperado mis sentidos, recuerdo oler la madera de las escaleras y que me generara la sensación de que era la primera vez que pisaba esa casa. Al fin pude saciar mi sed con un vaso de gaseosa. Era un constante redescubrimiento de aromas y sabores. Por fin, después de tantos meses, estaba cómodo con mi ser.

En la primer visita a la oncóloga después de la operación, ella ya estaba planeando los siguientes movimientos, que eran la quimioterapia y radioterapia. Al parecer, la cirugía solo era el primer golpe, en una serie de golpes para destruir completamente al tumor. Yo no estaba muy informado y la noticia me había caído como un balde de agua fría. Solo quería descansar y disfrutar de mis renovados sentidos.

Esta batalla recién comenzaba.
Y yo solo podía pensar en aquel nene en cuarto grado, que no tenía idea de lo que era el cáncer.
Que no veía esta enfermedad más que como un argumento dramático para el cine.
Que solo había escuchado esta palabra relacionada con los abuelos de la gente que conocía.
Que sentía esta situación tan ajena e incomprensible que le era imposible relacionarla con su vida.
Soy un nene que recién está en cuarto grado, esto no me puede pasar a mi.
A mi no.


Rorro